jueves, 4 de agosto de 2011

Editorial humanitario


La ciudad crece, la humanidad avanza, el tiempo continúa su curso. Es impresionante ver como la sociedad emprende proyectos y como realiza todas las actividades de una manera tan organizada que pareciéramos no necesitar de nadie.

Hace días, por alguna situación me encontré sentado en la calle por la noche, de pronto un adulto mayor de apariencia de vagabundo se acerco a mí. Menciono  que su aspecto era de vagabundo porque sus ropas estaban sucias y rotas, además lo seguían una jauría de perros.

Al encontrarme sentado lo observe al otro extremo de la calle, y para ser sincero  me preocupe un poco al tomar en cuenta la situación por la que pasa el país. De pronto, e comienza a caminar hacia mí, y al encontrarse a pocos metros me preguntó  si me encontraba bien y si podría hacer algo para ayudarme, yo le conteste no gracias me encuentro bien. Y se retiro continuando su camino.

Me sorprendió que me ofreciera su ayuda, ya que en su condición el requería la mía. Pero me puso a pensar. ¿Por qué nuestra sociedad los hace a un lado? ¡Por qué no se ayuda a esas personas?  que por alguna u otra razón se encuentran vagando por las calles en busca de que alguien le brinde una oportunidad de recobrar el camino.

Pero eso nos  corresponde a todos no solo al gobierno.  Recordemos que cada vez que ocurre una catástrofe  nos unimos con todas esas personas , nos ponemos en sus zapatos y aportamos según sean nuestras posibilidades. Podríamos llamar a esto una emergencia  ya que no podemos dejar que nuestra sociedad finja no ver a estas personas, apoyemos ya que son seres humanos; ¿nosotros lo somos?

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